Héctor Castro Aranda, José Rodolfo Castro, texto y fotografías | Rufino Tamayo fue uno de los artistas más importantes y reconocidos de México en el siglo XX. Nacido en Oaxaca en 1899, Tamayo creció en un ambiente culturalmente rico y diverso. Desde joven, mostró un gran interés por el arte, y fue en la Escuela Nacional de Bellas Artes donde comenzó a desarrollar su carrera artística.
Tamayo se destacó por su estilo único y original, que fusionaba elementos del arte tradicional mexicano con influencias de la pintura europea. En sus obras, utilizaba colores vivos y contrastantes para crear composiciones abstractas y orgánicas, que evocaban la naturaleza y la cultura de su tierra natal. Durante su carrera, Tamayo experimentó con diferentes técnicas y materiales, como la acuarela, el óleo y el fresco. También incursionó en la escultura, creando piezas de gran belleza y expresividad.
A lo largo de su vida, Tamayo recibió numerosos premios y reconocimientos por su trabajo, tanto en México como en el extranjero. Fue parte fundamental del movimiento artístico mexicano conocido como «Los Tres Grandes», junto con Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Además de su trabajo como artista, Tamayo también se desempeñó como docente, enseñando en instituciones como la Universidad de México y la New School for Social Research en Nueva York. La obra de Rufino Tamayo sigue siendo una fuente de inspiración y admiración para artistas y amantes del arte en todo el mundo. Su legado continúa vivo a través de su fundación, la cual tiene como objetivo promover y preservar el arte y la cultura mexicana.
La generosidad de Rufino Tamayo es algo que no podemos medir con precisión. Su influencia en el mundo del arte es incalculable, y aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo sabemos que no hay forma de retribuirle adecuadamente por sus innumerables aportaciones. Rufino Tamayo fue un verdadero maestro, cuya creatividad y visión inspiraron a innumerables artistas a lo largo de casi un siglo. Su legado sigue vivo y sigue cambiando vidas para bien, como lo ha hecho durante tanto tiempo. 33 distintos artistas, le rinden homenaje al maestro Tamayo por el aniversario luctuoso número 33. Obra que se originó en Oaxaca bajo la curaduría de Nancy Mayagoitia. Ahora las obras se muestran gratuitamente hasta el 17 de octubre en la Plaza Bicentenario del Centro Cultural Universitario. El homenaje que una treintena de artistas originarios de Oaxaca hace al legado cultural que dejó el pintor Rufino Tamayo, también fue motivo para recordar los proyectos que realizó Raúl Padilla López a lo largo de tres décadas en la Universidad de Guadalajara.
Las y los autores que intervinieron las esculturas son: Raúl Herrera, Arthur Miller, Vladimir Cora, Raúl Soruco, Gerardo de la Barrera, Abelardo López, Cecilio Sánchez, Felipe Morales, Román Llaguno, Emiliano López Javier, Judith Ríos, Miriam Ladrón de Guevara, María Rosa Astorga, Enrique Flores, Eddie Martínez, Jarol Moreno, Daniel Barraza, Guillermo Pons, Alberto Aragón, Siegrid Wiese, Rosendo Pinacho, Fernando Andriacci, Ixrael Montes, Ivonne Kennedy, Rolando Rojas, Saúl Castro, Carlomagno, Abraham Torres, Hugo Vélez, Josefa García y Virgilio Santaella.
Virgilio Santaella es un artista oaxaqueño nacido en San Huitzo en el año 1964. Desde joven, ha desarrollado un lenguaje artístico abstracto que refleja la esencia de las cosas, del tiempo y de las relaciones humanas. Su obra es una síntesis de las emociones, los sentimientos y las experiencias vividas. A diferencia de otros artistas abstractos, la obra de Santaella no busca complicarse con un lenguaje complejo y hermético. Todo lo contrario, su arte tiene un lenguaje que es para todos, que busca entablar un diálogo directo con el espectador, sin importar su formación cultural.
Para disfrutar plenamente de la obra de Santaella, no basta con utilizar solo los ojos, es necesario involucrar todos los sentidos: el gusto, el olfato, el tacto, el oído y la emoción. Sus cuadros invitan al espectador a transportarse a recuerdos recientes, a momentos sencillos y cotidianos, a conversaciones, sonrisas y caricias.
La obra del maestro Santaella ha sido reconocida y valorada por diversas instituciones culturales. Su obra forma parte del acervo de la Biblioteca Benjamín Franklin, que depende de la Embajada de Estados Unidos en México. Además, en 1993-1994, fue merecedor de la Beca en Artes Visuales otorgada por el Fondo Estatal de la Cultura y las Artes, a través del Instituto Oaxaqueño de las Culturas. La trayectoria de Virgilio Santaella es una muestra del talento y la sensibilidad de los artistas oaxaqueños, que continúan dejando huella en el mundo del arte contemporáneo. Su obra es un legado que trasciende generaciones, y que seguirá inspirando y emocionando a quienes tienen la fortuna de apreciarla.
Virgilio Santaella, charló con Revista101.com
—¿Cómo fue la invitación a esta exposición?
—Todo nace a raíz de un proyecto de la gestora cultural Nancy Mayagoitia en Oaxaca. Previo a esta intervención, en mi caso, recibí la invitación de la licenciada en 2017 para participar en una exposición en el Museo de los Pintores Oaxaqueños llamada «Endemismo», la cual fue bastante amplia y atrajo a distintos artistas. A partir de ahí, se fueron sumando artistas para este homenaje a Rufino Tamayo en sus 30 años de haberse ido de esta dimensión. Nancy nos propuso esta exposición colectiva de esculturas en forma de sandía. Primero se presentó en Oaxaca hace dos años y después de un año de exponerse en espacios públicos, se mantuvieron las sandías en resguardo. A raíz de esto, invitaron a la licenciada Nancy a otros escenarios y este lugar, el Conjunto Santander, que es el primer escenario donde las obras viajan fuera de Oaxaca.
—El arte de Rufino Tamayo es complicado, ¿cómo fue el trabajo de Virgilio Santaella para interpretar su propio arte y canalizar el arte e Tamayo en esta obra?
—En este proyecto, se nos dio total libertad para expresar nuestra visión personal y conceptual sobre la obra de Tamayo. Como coterráneo de Oaxaca, tuve la oportunidad de formarme en el taller de artes plásticas que él fundó y patrocinó junto al INBA. Durante mis estudios, tuve la fortuna de compartir momentos especiales con Tamayo durante las cátedras, lo que me ayudó a ir conceptualizando mi intervención y a definir mi estilo. Recordé una obra en particular, «Dualidad», que se encuentra en el Auditorio Jaime Torres Bodet, considerado uno de los recintos culturales más importantes de México y del mundo, y que representa el día y la noche. Me inspiré en ese concepto para crear una interpretación abstracta con elementos encriptados.
—¿Cuanto tiempo tardó en crear la obra?
—Como esta obra tiene dos caras, me llevó aproximadamente tres semanas continuas de trabajo hasta las 10 de la noche cada día para plasmar mi idea. Fue necesario crear fondos y atmósferas para reflejar la esencia de la obra y dar forma a mi interpretación.
—¿Cuál es la historia del maestro Virgilio?
Virgilio proviene de la comunidad de San Huitzo, al norte de la ciudad de Oaxaca, a una distancia de aproximadamente 30 minutos o una hora, dependiendo de las circunstancias. Al principio, comenzó de manera autodidacta, pero luego se abrió en su comunidad una Casa de la Cultura a principios de 1980, donde tuvo su primer maestro, quien era paisajista y tenía un poco de conocimiento sobre materiales. Su inquietud lo llevó a la Casa de la Cultura de Oaxaca en 1984, donde tuvo sus primeros pasos y se dedicó a las artes visuales. Pasó un año allí antes de unirse al taller de artes plásticas de Rufino Tamayo por segunda vez, donde estuvo desde 1985 hasta 1988.
Después de terminar en el taller, estuvo uno o dos años en pausa y sintió la inquietud de salir de su comunidad para aprender más sobre el mundo del arte. Con otros tres amigos, decidió ir a la Ciudad de Nueva York para explorar. Allí, sucedió algo muy interesante: en 1987, el maestro Tamayo participó con ellos en una mixografía, una litografía con técnica mixta, y decidió donarles una pieza de lo que se hizo allí. El maestro les dijo que era una pieza para lo que les pudiera servir. Virgilio consideró la obra algo tan precioso por el valor de haber compartido la cátedra con Tamayo. Desafortunadamente, negoció la obra para pagar su boleto a Nueva York, pero la obra se vendió rápidamente.
La obra se llamaba «Hombre Cósmico», una litografía trabajada en papel que intervinieron con los materiales que el maestro Rufino les indicó. Después de dos años en Nueva York, regresó y estuvo en Houston, Barcelona, Madrid y Cuba. Desde 1984 hasta la fecha, ha estado involucrado en el mundo del arte durante casi 40 años. Para él, personalmente, es una gran pasión que le apasiona mucho lo que hace.