Ioannes Sdrech | Parte 1 | Mucho tiempo atrás, concretamente ocho siglos, solían brotar fenómenos singulares y me complacería compartir un par. Uno de ellos prevalece y el otro, penosamente, no. Tenemos a un rey y emperador singular, Federico II, quien fuera un enlace entre mundos, credos y culturas en un lejano reino donde sucedían cosas asombrosas. En esta figura tenemos a un científico, mecenas, poeta y erudito, autor de la única obra científica plasmada por un monarca medieval, una sobre cetrería: De arte venandi cum avibus. Tolerante y pacifista, fue señalado por el pontificado como el anticristo, puesto que abrazaba los variados dogmas que se albergaban en su reino, el de Sicilia. No por nada su epíteto fue stupor mundi (asombro del mundo).
Hacia la segunda década del siglo XIII la corte federiciana enfrentaba un delicado problema en relación a la comunidad musulmana. Anteriormente a la conquista de la isla de Sicilia por los antepasados del rey, la población árabe ya la habitaba y permaneció, fusionándose, cuestión que acarrearían un sinnúmero de dificultades. Serían habituales los altercados entre cristianos y sarracenos, siendo estos últimos quienes mantendrían una tendencia a la sedición. Federico II, de la dinastía staufer*, iniciaría una campaña cuyo fin era aplacar las sublevaciones mahometanas en la isla; no sería sencillo, pues los pobladores de Entella, Iato y Agrigento se habían adentrado a las escarpadas montañas de la región, lugar desde donde se atrincheraron para oponer una fuerte resistencia. El jerarca, paciente, logró someter a los «gentiles» y habría podido venderlos o ejecutarlos, mas, consciente de su responsabilidad, decidió trasladarlos a territorio continental, a un asentamiento de nombre Lucera.
¿Por qué Lucera?
Es verdad que las motivaciones de Federico dependían de su compromiso hacia la población musulmana de su reino, minoría a la que brindaba su protección, después de todo eran sicilianos. Pero existen otras causas que muestran la genialidad del emperador, quien transformó un traspié en algo beneficioso para el regno. Lucera sería sede de la colonia ismaelita debido a múltiples factores: contaba con fortificaciones propias debido a que fue un importante emplazamiento amurallado romano. Federico también consideró que, mantener a los musulmanes concentrados en un mismo núcleo implicaría contar con importantes entradas económicas, pues los colonos eran excelentes comerciantes, ganaderos y artesanos, asimismo se encontrarían obligados a solventar numerosos impuestos: jizya, donum, gabella, canon terrarum, terragium, subventio generalis, entre otros. Destacaba la jizya, pues su pago garantizaba a los musulmanes poder practicar libremente su credo en territorio cristiano. Bajo estas particularidades, judíos y sarracenos como «Gentes del Libro» que vivían su dogma en un estado con religión distinta, eran llamados servi camerae**. Otras motivaciones del monarca fueron la orografía, Lucera era una planicie que carecía de las abruptas cumbres que solían servir de parapeto a los insurrectos; y la política, puesto que se trataba de una demarcación inestable que solía rebelarse a la monarquía y con la presencia de la colonia el rey atesoraría un valioso semillero de soldados. Con esta gran empresa, drástica pero necesaria, Federico lograba salvaguardar la integridad de la población musulmana, pero además fortalecía la economía y estabilidad del regno. Alcanzada la cuarta década del siglo XIII se había concretado el cometido y para subsanar el abandono de Sicilia el emperador atraería a lombardos desplazados, su idea: repoblar la isla con moradores cristianos y brindar protección a la población judía remanente, la cual utilizaría vestimenta particular para ser reconocida.
La condición social de los ismaelitas del reino, cuya mayoría se encontraban en Lucera, era complicada. Su situación no era la de individuos que gozaban de plena libertad, pero tampoco se encontraban sometidos a un régimen de esclavitud; en realidad, como servi camerae eran posesión particular del soberano, siervos con limitantes que, a la vez, eran protegidos por la monarquía y podían disfrutar de determinados beneficios. Dicha realidad la observamos en la imposibilidad que tuvieron los lucerinos de enviar representante alguno a los coloquios convocados por el monarca, puesto que la población cristiana del enclave era limitada; si bien, el asentamiento disfrutaba de privilegios, como tener un importante grado de independencia cuando se trataba de resolver asuntos internos, encaminados por el cadí (juez musulmán). Otra particularidad a la que debían someterse los colonos era su permanencia dentro del enclave, salvo algunas excepciones, donde el jerarca autorizaba a ciertos mercaderes salir con el propósito de desarrollar sus actividades por el sur de la península itálica, con intención de potenciar el comercio y la economía de la región. A estos sarracenos privilegiados se les prohibía abandonar el territorio continental con rumbo a la isla de Sicilia o el extranjero, pues el Secretus de Mesina, decreto desarrollado por Federico II en 1239, así lo establecía.
El fascinante líder siciliano pereció en 1250 y la dinastía de los staufer se prolongaría durante dieciséis años; hasta que Manfredo, hijo de Federico, fuera derrotado y muerto en la batalla de Benevento de 1266. Desde antaño el papado ambicionaba hacerse con el Reino de Sicilia, por lo que buscó al candidato ideal para conseguir tal cometido, decantándose por Carlos de Anjou de la dinastía angevina. Carlos, hermano del rey de Francia, puso el ejército y el pontificado lo respaldaría con sus temibles armas espirituales. De esta manera, el papa comenzó una campaña de desprestigio en contra de Manfredo, a quien exhibió como amigo de los musulmanes de Lucera. El golpe decisivo acaeció cuando el pastor universal excomulgó a Manfredo y amenazó con emitir anatemas contra cualquiera que lo apoyara. Tras Benevento, Carlos de Anjou se hizo con el reino y decidió mantener y proteger la colonia lucerina.
¿Por Qué Razón el Rey Carlos I Conservó el Enclave de Lucera?
Superada una etapa de contienda, que se extendió de 1266 a 1268; Carlos, heredó un reino con dificultades económicas y, lo más importante, con súbditos que le eran hostiles. Toca evidenciar que nos referimos al total de la población, nobleza y pueblo llano. Bajo los staufer Sicilia había vivido un periodo de esplendor, floreciendo la erudición y la tolerancia en un microcosmos multicultural. Carlos de Anjou importaría a sus vasallos de sus dominios franceses, quienes ejercerían como cortesanos y funcionarios en un reino que desde los staufer se encontraba adelantado a su época, pues seguía un modelo de gobierno centralizado. Por lo tanto, los barones nativos serían privados de la influencia que habían ejercido bajo la dinastía anterior y, desde entonces, permanecerían resentidos. Regresando a Lucera, el soberano angevino no podía ignorar los importantes beneficios que los sarracenos ofrecían a la corona; se trataba de abundantes impuestos, pero no solo eso, entre los colonos se encontraban hábiles artesanos y armeros, así como excepcionales soldados, de los que sobresalían los arqueros. Para la población agarena del enclave la transición staufer-angevina fue dura, puesto que Carlos de Anjou elevó notablemente los tributos, siendo esto el germen de un profundo rencor. Como podemos observar, la inquina era generalizada, presente en los mahometanos de Lucera y en la población cristiana del reino, especialmente en los sicilianos.
Conforme transcurrieron los años, la élite francesa incurrió en múltiples atropellos, más particularmente contra la población insular, la cual había sido abandonada por un rey extranjero que trasladó la capital de Palermo a Nápoles y se concentró exclusivamente en sus dominios peninsulares. Los habitantes de la isla serían víctimas de abuso y corrupción, siendo en ese momento cuando surge una figura fundamental en el porvenir siciliano, Juan de Procida; quien fuera médico personal de Federico II y canciller del reino durante el gobierno de Manfredo. Posteriormente a la conquista angevina, el aristócrata sufrió la confiscación de sus tierras y se vio obligado a marcharse. Vagando por cortes extranjeras el patricio desarrolló una campaña de propaganda contraria a Carlos de Anjou, en parte por fidelidad a los staufer y también impulsado por el deseo de recobrar su riqueza. El anhelo de Procida era recuperar el reino de manos invasoras, por lo que tramaría en diversas sedes reales en busca de alianzas, y sus habilidades le llevarían a tener resultados superiores a los que pudiese haber imaginado; alcanzó un notable éxito con Miguel Paleólogo, basileus rhomaion (emperador de los romanos), quien financiaría el ambicioso «asunto siciliano». El antiguo canciller de inmediato pondría sus miras en la Corona de Aragón, pues la reina consorte de aquellas tierras era Constanza, hija de Manfredo y digna reclamante del trono siciliano. El Reino de Sicilia, especialmente la isla, añoraba a los staufer, Federico y Manfredo eran considerados parte de aquellos «buenos reyes» normandos que habían regido dichos territorios desde el siglo XII. Juan de Procida, haciendo uso de su sagacidad, vendió la idea al marido de Constanza, el monarca Pedro III; quien se encontraba dispuesto a poner la temida armada aragonesa al servicio del «asunto siciliano», puesto que, de tener éxito, la recompensa sería colosal: gobernar el regno en nombre de su esposa Constanza.
Enseguida, el instigador hubo de dirigirse a Sicilia para instruir a sus pobladores, quienes se encontraban representados por la ultrajada aristocracia local. Ciertamente, estos barones representaban determinadas circunscripciones isleñas, mas se encontraban apartados del poder de antaño, encadenados por los funcionarios franceses. Procida vigorizó y organizó a los sicilianos, quienes darían el golpe intestino, mientras que los aragoneses acometerían desde el exterior.
* Denominada también Hohenstaufen
** Conocidos igualmente como dhimmi
Imágen: Castillo Hohenstaufen en Lucera
AA. Angelo Longo, Antonio Pastore, Elisa D’Ambrosio, Romolo Pompa