La honorable Zita fue siempre limosnera y cuando tenía ocasión, durante la noche y con cuidado, se dedicaba a reunir sobras de alimentos para ofrecerlas a los pobres, teniendo este noble gesto hasta el final de sus días.
Comenzó a rendírsele culto a partir de 1278, tras seis años de su fallecimiento. La gente de Lucca y de lugares aledaños comenzaron a rogar a esa buena mujer, para que intercediese por ellos y les ayudase en sus dificultades.
La tradición nos presenta el relato sobre un niño que vagaba en el área rural de la localidad de Lucca, quien desafortunadamente murió ahogado, resucitando tan pronto su madre invocó a Zita y juró ofrendar pan y vino, correspondiente a su peso corporal, en la tumba de la santa. Se sabe de dos casos más donde infantes vuelven a la vida por la gracia de Zita, siendo posible que se trate de un mismo suceso con distorsiones, llegando a nuestros días tres versiones independientes.
Prodigios de vida
Un buen día un peregrino que sufría de sed y calor se encontró con Zita e inmediatamente rogó por su ayuda, ansiosa al no poder socorrerle se dirigió al pozo por un poco de agua. En una vasija de bronce logró ofrecer agua al viajero mientras hacía la señal de la cruz. Repentinamente y por obra divina el fluido se transformó en vino. El hombre lo bebió con entusiasmo, afirmando jamás haber degustado tan dulce néctar.
Otra ocasión nos remonta a una noche de la natividad de Jesucristo. Zita decidió asistir al servicio solemne que ofrecería la iglesia, pero antes de partir su patrono le advirtió sobre el intenso frío del exterior, ofreciéndole su capa para arroparse, no sin antes prevenirla de no dar la prenda a nadie o dejarla en un lugar cualquiera, pues podría perderse. Zita asintió y se dirigió a la casa de Dios.
Cuando estaba por ingresar al recinto sagrado, su mirada se dirigió hacia un pobre hombre desabrigado, que se quejaba y castañeteaba sus dientes por la crudeza del tiempo. La buena mujer se colmó de piedad y, en un acto de auténtica caridad, arropó a esa desdichada criatura de Dios. Zita le manifestó que debía conservar la capa mientras ella asistía a la ceremonia y que no se marchara, pues lo llevaría a casa para protegerlo del frío.
Tras concluir el oficio divino, el mendigo y la capa habían desaparecido, la afable doncella no tuvo malos pensamientos hacia aquel indefenso ser que parecía decente, sino que se planteó todo tipo de disculpas en beneficio del hombre.
Al regresar a casa sin la prenda su amo la comenzó a atormentar, ella impávida le escuchó y de inmediato le relató lo ocurrido. Poco más tarde a mitad de las escaleras se materializó el prodigioso hombre, poseía un agradable semblante y sostenía entre sus manos la capa, regresándola a Zita. Cuando patrono y mucama pretendían conversar con el hombre, este se evaporó, obsequiando a sus corazones una indescriptible sensación de júbilo.
Cabe señalar, que llamativo es el hecho que estos y otros milagros de Zita surgieran cuando el culto católico en Lucca se encontraba en una situación comprometida y sin auxilio del obispado.
Fuentes
FARMER, David. Oxford dictionary of saints. Oxford University Press.
WEBB, Diana. Saints and cities in medieval Italy. Manchester University Press.
Imagen | Saint of The Day