José Rodolfo Castro | La cita fue en La Mansión Magnolia, Madero y avenida Federalismo, “la casa era de la abuelita de Cristi Cortés”, dijo César Cosío, de Organización Zeppelin. Periodistas y aficionados esperaban a Julio César Chávez, ya impacientes, los minutos se alejaban del horario en que daría inicio la rueda de prensa. En una limusina color negro descendieron los hermanos y abogados López Moreno, Alejandro y Marcos, después apareció Julio César Chávez, su ingreso fue acompañado por la admiración de todos, y por sus victorias inmediatas anteriores: noqueó a Greg Haugen y llenó el Estadio Azteca, 1993, donde impondría Récord Guinness de asistencia.
—La historia del boxeo mexicano y mundial ha recogido múltiples constancias de su triunfo a lo largo de casi tres décadas. Supongo que a la popularidad se sumó la fortuna. ¿Qué le importó más?
—Desde luego, el reconocimiento popular porque el dinero en sí —como dice la canción— no vale nada. Lo que cuenta es el cariño, lo que queda después de años de trabajo y sacrificio en el asunto del boxeo es el recuerdo. Yo, por ejemplo, jamás he olvidado lo que sentía cuando al subir al ring escuchaba el aplauso del público. Nada en la vida me ha proporcionado una emoción igual. En ese instante —quiero decir, cuando el público me ovacionaba— para mí se acababa todo; se borraban el barrio, la ciudad, los amigos, los nervios. Todo volvía a comenzar para mí cuando escuchaba la campanita anunciando el primer round.
La respuesta podría ser de Julio César Chávez, o de algún otro reconocido campeón mexicano; es de uno de los estandartes de la Epoca de Oro del boxeo nacional, Luis Villanueva “Kid Azteca”, el maestro del gancho al hígado, palabras recogidas por Cristina Pacheco, publicadas en su libro, Los dueños de la noche.
Tiempos aquellos en que a los boxeadores les importaba más el reconocimiento popular. También en la actualidad “lo que cuenta es el cariño del público”, es el sentimiento que reflejan los boxeadores preliminaristas, los que se presentan en peleas de a de veras.
El dinero en sí —como dice la canción— ¿no vale nada? El boxeo es un negocio, le demás es mero romanticismo.