Héctor Castro Aranda, texto y fotografía | Así como los sabores de la gastronomía mexicana, Lila Downs puede ofrecer esa misma experiencia gratificante, donde eleva los sentidos con su música, pero sobre todo en su versión en vivo, donde expone todo lo que es México: sus tradiciones, bailes, folclore, colores, esa fiesta, esa alegría que presentó en su regreso ante un Teatro Diana con su máxima capacidad de ocupación el 29 de febrero. En el transcurso de dos horas, Lila Downs se hace pasar por una paloma, baila como una iguana, se pone un gran sombrero para rendir homenaje al revolucionario mexicano Emiliano Zapata, se cubre con un chal para cantar canciones de muerte y luto, o un vestido de flores con gran colorido para la felicidad y la fiesta.
Downs se educó como cantante de ópera y tiene una voz notable. Técnicamente se la llamaría contralto, pero su voz en el pecho es tan baja como la de muchos barítonos masculinos. Puede mantener notas durante un período largo de tiempo, y puede arrojar efectos vocales, gruñidos, rs enrollados, falsettos misteriosos, que la convierten en un rango andrógino, casi sobrehumano, con un rango de tres octavas. Suena conversacional, lo que hace que sea tan disfrutada en todo lo que ha presentado en su trayectoria y lo que presentó en el Teatro Diana. Desde «Son del chile frito», «La campanera», «Fuiste feliz» o «Urge», de Vicente Fernández.
Ella tiene una relación tan extraordinaria con su audiencia que siempre que visita Guadalajara, llena cualquier recinto. Nunca la abandonan y nunca se sabe si sus presentaciones serán un fracaso. El público gritó su nombre, saltó de alegría y bailó. La audiencia del Teatro Diana realmente disfrutó de su presentación, disfrutan de Lila Downs.