José Gaspard, enviado especial, Ciudad de México | “¡Clapton es Dios!”. Esta frase icónica, que data de mediados de los años 60, apareció por primera vez en la estación Islington del metro de Londres, cuando Clapton, aún joven, era parte de los Bluesbreakers de John Mayall. Su forma de tocar la guitarra era tan extraordinaria que rápidamente alcanzó un estatus de veneración. En un acto de audacia, formó Cream, uno de los primeros super grupos de rock, desafiando a los dioses musicales al reclamar su lugar en el panteón del rock.
A pesar de advertencias populares como “quien juega con fuego, se quema”, Clapton desafió las probabilidades y se vio atrapado en la adicción a las drogas. La historia es bien conocida: el guitarrista enfrentó la oscuridad y, de manera dramática, incluso robó la esposa de su mejor amigo, George Harrison. Sin embargo, hace 50 años, Clapton mostró su capacidad de redención. Tras superar su adicción (aunque no su lucha con el alcohol), se dio cuenta de que había desperdiciado años de su vida y decidió retomar la música, explorando no solo el blues, sino también otros géneros que lo llevaron a crear uno de sus mejores álbumes: 461 Ocean Boulevard.
En su segunda visita a México, Clapton ofreció un espectáculo ante 28 mil personas, el tres de octubre en el Estadio GNP de la Ciudad de México, tras una espera de 23 años, con un cancionero vasto que incluye versiones de sus héroes musicales, seleccionar una lista de temas es siempre un desafío. Sin embargo, el legendario guitarrista demostró que su astucia aún perduran. A pesar de su casi octogenaria edad, Clapton brindó uno de los shows internacionales más memorables del año, ya que no se sabía que se podía esperar con Clapton, la incertidumbre era grande, los rumores bastos, que si Clapton, salía sentado, que si sería un concierto acústico, que si tocaría éxitos, que si veríamos al Clapton rockero. El británico comenzó el recital con «Sunshine of Your Love», un clásico de Cream, que resonó en el estadio como una obra maestra, comparable a las composiciones de Beethoven y Mozart. Además, la potencia vocal de Sharon White y Katie Kissoon de su agrupación, elevó aún más la experiencia. Clapton sorprendió con otro tema de Cream, «Badge».
En un segmento acústico, el escenario se vació de músicos, salvo por el guitarrista Doyle Bramhall II y el bajista Nathan East. Clapton comenzó con el íntimo “Nobody Knows You When You’re Down and Out”, de su querido Jimmy Cox, acompañado por el eco de los aplausos del público. Continuó con “Running on Faith” La banda interpretó “Change the World», antes de dar paso con una versión renovada de “Tears in Heaven”.
Luego, se adentró en «Old Love», donde la música evolucionó hacia un estilo caótico y progresivo, mezclando elementos flamencos. La noche culminó con dos temas de Robert Johnson: «Cross Road Blues» y «Little Queen of Spades». Después de “Cocaine”, Clapton regresó al escenario con una Fender adornada con la bandera palestina, acompañado por Gary Clark Jr., y cerró su espectáculo con “Before You Accuse Me”. Un show que definitivamente no fue apto para escépticos ni para quienes dudan del poder de la música.