Héctor Castro Aranda, enviado especial, Inglewood, California | Decir Pink Floyd es remontarnos inmediatamente a una de las agrupaciones más arriesgadas en cuanto a conceptos musicales y en vivo. Se atrevieron, antes que nadie, a ofrecernos el rock progresivo de una manera inusual, con una crítica antisistema bastante dura. A pesar de que varios grupos que intentaron algo similar fueron censurados, parece que el conjunto británico llegó a las mentes y los corazones de millones en el mundo. Nunca les interesó el movimiento hippie, nunca les interesó cantar sobre el amor y la paz. Desde sus comienzos con Syd Barrett, salieron con todo, con una psicodelia cruda que enamoró a Velvet Underground a mediados de los años 1960.
Syd Barrett, el carismático líder y guitarrista de Pink Floyd, comenzó a mostrar signos de inestabilidad mental, en gran parte debido al consumo excesivo de drogas psicodélicas, especialmente LSD. Barrett fue el creador de la imagen y el estilo psicodélico de Pink Floyd en sus primeros años, pero a medida que su salud mental se deterioraba, su capacidad para actuar y cumplir con sus responsabilidades en la banda se volvió cada vez más impredecible. Durante presentaciones en vivo, Barrett a menudo se quedaba en silencio o desafinaba deliberadamente su guitarra, lo que hacía que los conciertos fueran difíciles de manejar para sus compañeros.
David Gilmour ya era conocido por los miembros de Pink Floyd, especialmente por Syd Barrett. Ambos habían sido amigos de la infancia en Cambridge y compartían un profundo amor por la música. Gilmour también conocía a Roger Waters y Rick Wright. Por lo tanto, cuando Pink Floyd se encontró en una situación difícil debido al comportamiento errático de Barrett, decidieron invitar a Gilmour para ayudar en las presentaciones en vivo y reforzar el sonido de la banda a partir de 1967.
Pero es en 1971 que se volvieron “la banda”, las superestrellas que vendían estadios, y así fue hasta 1981, cuando Roger Waters decidió irse de la banda. El último concierto de Roger Waters con Pink Floyd como miembro oficial de la banda fue el 17 de junio de 1981 en el desaparecido, Earls Court Exhibition Centre en Londres. Este concierto fue parte de la gira de The Wall, una serie de espectáculos muy elaborados centrados en el álbum del mismo nombre. Tras esta gira, las tensiones internas en la banda crecieron, y Waters decidió dejar oficialmente Pink Floyd en 1985.
Desde entonces y hasta la actualidad, Roger Waters se ha autodenominado como el genio creativo de Pink Floyd, y puede tener algo de razón, ya que muchas personas le atribuyen el éxito absoluto del conjunto a él. Sin embargo, David Gilmour, sin necesidad de autopromoverse, creó y co escribió, así como compuso, bastantes de los temas monumentales del cuarteto: “Echoes”, “Breathe”, “Time”, “Shine On You Crazy Diamond”, “Wish You Were Here”, “Dogs”, “Comfortably Numb”, “Run Like Hell” y “Young Lust”. Pink Floyd continuó sin Waters y publicaron otros éxitos, como «Learning to Fly», «Sorrow», «High Hopes», “One Slip” y “Marooned”. Desde 1987 y hasta 1995, David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright montaron enormes giras mundiales con espectáculos alucinantes, siempre con la pantalla redonda que ha caracterizado los recitales en vivo de Pink Floyd desde los años 70. The Division Bell World Tour fue considerado el show más impresionante del mundo en ese entonces y llegó a la Ciudad de México el 8 y 9 de abril de 1994 en el Foro Autódromo Hermanos Rodríguez, ahora conocido como Estadio GNP.
Posteriormente, Gilmour realizó giras en solitario, pero su gira más grande fue en 2015 y 2016 con Rattle That Lock, el mismo nombre de su disco. Con dicha gira visitó Argentina, Chile y Brasil, así como varias ciudades en Estados Unidos y Canadá. Los años continuaron, y las esperanzas de ver una reunión de Pink Floyd cesaron; incluso Roger Waters ya se ha despedido de los escenarios. Los seguidores de todo lo que presenta Pink Floyd podrían pensar que ya no tendrían la oportunidad de ver una última gira de Gilmour, pero nos sorprendió a todos al anunciar su nuevo disco, Luck and Strange, y solo cuatro ciudades en su gira: Roma, Londres, Nueva York y Los Ángeles.
Cuatro fechas en Los Ángeles, la primera el 25 de octubre en el Intuit Dome, la nueva arena de Los Clippers de la NBA, que apenas hace dos meses abrió sus puertas al público y fue inaugurada por Bruno Mars, siendo David Gilmour el segundo show de rock. Revista101.com estuvo presente en este icónico recital y agradecemos la invitación por parte de la oficina de prensa de Gilmour, Frande Feo PR. El viernes fue caótico; la ciudad en ese momento estaba celebrando la Serie Mundial en el Estadio de Los Dodgers, el concierto de ELO en el Kia Forum y otros eventos más que colapsaron Los Ángeles. La desesperación de la asistencia era enorme, ya que el horario, bastante peculiar, indicaba las 7:30 de la tarde. Las filas para ingresar eran largas y el sistema de seguridad colapsó por un momento.
Guy Pratt, bajista de David Gilmour y quien reemplazó a Roger Waters en los conciertos en vivo desde 1987, salió al público a disculparse por la demora del concierto, explicando que entendía que el tráfico era alto y que la mayoría de la asistencia no había podido ingresar. Con 17 mil entradas vendidas, un concierto agotado, donde incluso el rector de la Universidad de Guadalajara, Ricardo Villanueva, disfrutó de este momento como todo un fiel seguidor del rock. Con tan escasas fechas por parte de Gilmour, había más público de otras partes del mundo y de otros estados que de Los Ángeles.
El primer show de Gilmour en Estados Unidos desde abril de 2016 tuvo lugar en Los Ángeles, una presentación única en ese casi nuevo recinto que precede a las tres fechas que ofrecerá esta semana en el Hollywood Bowl, de martes a jueves. Luego, se trasladará al Madison Square Garden en Nueva York para cinco noches, del 4 al 10 de noviembre. Y después, Gilmour se desvanecerá en la niebla.
De cualquier manera, el régimen de giras de Gilmour podría o no prolongarse en los próximos años. El Intuit Dome fue el lugar perfecto para vivir el momento el viernes, bajo el hechizo de un hombre que es muy cuidadoso con esa guitarra. Como siempre, sonó como un rockero dotado de dos voces: la que sale de su boca, que ha adquirido un leve toque áspero con la edad, y la que proviene de sus manos, tan expresiva emocionalmente como cualquier vocalización literal podría ser. La ironía eterna permanece: Gilmour, absolutamente despreocupado y sin afectación como personalidad escénica, efectivamente rompiéndose en lágrimas una o dos veces por canción, mediante los solos más emotivos conocidos por el hombre.
Los temas entonados en Inglewood coincidieron con lo que las audiencias en Europa vieron hace unas semanas en sus esporádicas fechas en Inglaterra y Roma. El concierto se extendió por alrededor de tres horas con un intermedio, incluyendo una mezcla saludable de selecciones de la era de Roger Waters en Pink Floyd con siete temas, álbumes liderados exclusivamente por Gilmour después de Waters con cinco canciones, su anterior álbum en solitario Rattle That Lock con tres temas, y Luck and Strange, los nueve temas de este.
Sin duda, habrá algunos seguidores que habrían preferido escuchar más éxitos clásicos de Floyd en lugar de algunas canciones nuevas, pero es mejor tener a un artista motivado y comprometido que a uno que se sienta obligado a tocar “Money”. Las canciones son buenas, y algunas no solo son buenas, sino inolvidables. Pero, en última instancia, lo que todos pagan por ver aquí son los solos. En ese sentido, prácticamente podría cantar cualquier cosa mientras se luzca en la guitarra.
La mejor canción de Luck and Strange podría ser una que ni fue coescrita ni cantada por Gilmour. Esa sería Between Two Points, una versión de una canción de culto de los Montgolfier Brothers, interpretada en esta gira, como en el álbum, por la hija del artista, Romany Gilmour.Una vez que Romany salió al escenario para Between Two Points hacia el final de la primera mitad, permaneció en escena el resto del espectáculo, tomando su lugar junto a las otras tres mujeres que formaban un coro de vocalistas e instrumentistas: las Webb Sisters y Louise Marshall.
Sin minimizar los temas vocales del propio Gilmour, posiblemente el mejor número de la noche fue otro en el que cedió su lugar como cantante principal a las voces femeninas: The Great Gig in the Sky. Esta vez, ofrece un arreglo ingenioso en el que las cuatro mujeres en el escenario, Romany, Marshall, Hattie y Charlie Webb, se sientan alrededor del piano que toca Marshall, mientras Gilmour interpreta su característico solo de lap steel al otro lado del escenario. Esta es una canción sin palabras en la que casi cualquiera que la intente trata de dejar sin aliento a la audiencia; aquí, las cuatro cantantes optaron por cantar todo suavemente, yendo suavemente a esa buena noche, y de una manera bellísima.
Esto es, de alguna manera, simbólico del enfoque más suave que Gilmour adopta en casi todos los aspectos. La perspectiva de Waters sobre Pink Floyd enfatizaba un material sombrío, incluso amenazante. Parte de eso sigue siendo inherente a ciertas canciones que aún forman parte del repertorio de Gilmour, como “Breathe” y “Time” de Dark Side, que han servido como una alerta para varias generaciones sucesivas de jóvenes sobre el hecho de que algún día morirán.
Hay una paz en el enfoque general de Gilmour que contrasta con la ansiedad que su excompañero transmitía. Así que, cuando asistes a un concierto de David, aquí no habrá pirotecnia, cerdos gigantes, mensajes por doquier ni logotipos inquietantes. En cambio, para High Hopes, la canción que cierra el Acto 1, se lanzan globos gigantes al público, enviando a todos al lobby con una sensación de euforia mientras esperan lo que traerá la segunda mitad. A diferencia de su gira pasada, que en cuanto a materia audiovisual fue interesante, en esta es un poco más ajustado, pero no por eso menos atractivo. Los láseres están presentes, las luces son fabulosas y la pantalla redonda sigue presente. El esquema de luces tiene algunos toques frescos, notablemente en la apertura del Acto 2, «Sorrow», cuando todo el escenario parece envuelto de arriba a abajo.
El espectáculo terminó con Comfortably Numb, que en términos estrictamente temáticos no es la mejor forma de cerrar un concierto, con una nota de adormecimiento hacia el olvido. Pero Gilmour no puede evitarlo si él y Waters escribieron una canción triste que ninguna canción más alegre podría realmente seguir. Contiene no uno, sino dos de los mejores solos de guitarra jamás concebidos que no aparecieron en un álbum de Steely Dan, y Gilmour, a sus 78 años, sigue sorprendiendo con versiones expansivas de ambos solos.
Su forma de tocar a lo largo de todo esto es de blues, mucho más de lo que generalmente se le reconoce, pero, por supuesto, es una versión peculiarmente etérea del blues, transmitida al cielo y devuelta transformada. Gilmour podría haber sido llamado “Slow Hand” si esa etiqueta no hubiera sido asignada primero a Clapton, pero, tras apreciar este concierto, ver su fuerza, la fuerza que tienen sus dedos, y cómo toma la guitarra con intensidad (a diferencia del propio Clapton, quien actualmente carece del mínimo carisma), el título de “dios de la guitarra” debería ser para Gilmour.
El final fue atmosférico, como en la interpretación del Division Bell Tour de 1994, con una enorme bola disco en la cima del techo reflejando una estela de luz por toda la arena. Tal vez podríamos haber esperado Run Like Hell o One of These Days, pero lo que obtuvimos fue generoso para alguien que afirmó que no tocaría nada de Pink Floyd de la era Roger Waters. Es una tristeza que este señor no haya confirmado fechas en México, pero muchos compatriotas viajaron en familia para verlo.