Ioannes Sdrech | Murzuffle parlamenta con Enrico Dandolo, fotografía portada | Aquella tomadura de pelo llamada cruzada, la cuarta, fue de todo menos una peregrinación rumbo a tierra santa. Desde 1201 comenzaron los preparativos para tal empresa, pero pocos hubiesen imaginado como terminó todo sesenta años después. Se trató de la invasión y atropello a la más orgullosa de las civilizaciones. El mundo bárbaro occidental se apoderó de una cultura y un Estado que jamás lograron comprender y respetar, con ello convino la caída, saqueo y deterioro de la más maravillosa de las ciudades, Constantinopla. Mucho antes de este suceso el imperio romano ya presentaba un sentimiento antilatino, el cual les llevó a cometer serias afrentas contra los mercaderes venecianos, especialmente en el año 1182. Estos, astutos y grandes comerciantes, no lo pasaron por alto y jamás olvidaron. Hacía 1203 instigaron para que la nueva cruzada se dirigiera hacia la ciudad cristiana de Zara y de ahí rumbo a Constantinopla y su conquista, la avaricia gobernaba a los republicanos y emprendían en nombre de la misma, lo que muchos cruzados hacían por fervor religioso.
Dejando de lado toda mística convicción se emprendió la cruzada y poca importancia se dio a las excomuniones realizadas por el satírico, bienintencionado y más grandioso de los papas, Inocencio III, pontífice que había recibido su formación en París y Bolonia. Muchos de los líderes de la cruzada escapaban para evitar recibir castigo por sus delitos feudales contra la corona de Francia, por lo tanto cruzados, como venecianos, no le dieron demasiadas vueltas para llevar acabo tan ambicioso proyecto.
Los cabecillas eran Bonifacio marqués de Monferrato, Balduino conde de Flandes y el héroe y estadista Enrico Dandolo, quien a pesar de su vista débil y de contar con más de ochenta años era el excepcional Dux* de la República de Venecia. Teobaldo de Champaña había sido elegido como líder de la expedición, pero su muerte en mayo de 1201 hizo que la designación recayera en Bonifacio, quien sería el líder, pero solo de nombre, el poder estaba en manos de Venecia, nación que mantenía enormes intereses comerciales en la zona del mar Mediterráneo, el Egeo, Grecia y Asia Menor, además de haber financiado la cruzada. Gran cantidad de aristócratas romanos huyeron ante el próximo arribo de los latinos, entre los que se encontraban flamencos, franceses, lombardos, venecianos y alemanes. Inmensa parte del pueblo de Roma, digno y belicoso, se plantó para desenvolver una férrea oposición ante los inminentes ataques.
Tras una acometida perseverante que se desarrollaba en una porción de muralla, el 17 de julio de 1203, se abrió una brecha en la misma, producto del derrumbe de una torre. La abertura parecía factible para una ofensiva y esta no se hizo esperar. Instantes después se desarrollaba una encarnizada contienda entre caballeros flamencos y la guardia varega del imperio romano, compuesta principalmente de guerreros ingleses y daneses. Los cruzados sucumbieron ante las hachas y furia de la temible élite de mercenarios que protegían las murallas de Constantinopla. Por su parte, los ciudadanos romanos tuvieron menor fortuna en la zona del puerto, en donde tenían que soportar los embates venecianos. Los republicanos construyeron grandes torres que aseguraron en cubierta de las galeras, además la cima de cada mástil fue convertida en una guarida en donde se posicionaron arqueros.
Las galeras dirigieron su ataque y una lluvia de flechas, rocas y toda clase de proyectiles arrasó con los defensores de las murallas. Enrico Dandolo dio orden de desarrollar el ataque definitivo y las galeras se aproximaron a las fortificaciones de la ciudad y desde aquellas torres que se asentaban en cubierta, se desplegaron infinidad de puentes que fueron aferrados a las indefensas murallas. Paso siguiente veinticinco torres fueron capturadas por los venecianos y avanzaron de inmediato para tomar posesión de la ciudad, pero en las estrechas calles de la misma los romanos protagonizaron una vigorosa defensa, mientras los republicanos para repelerlos incendiaron parte de la capital. Cuando parecía que el Dux y sus milicias implementaban una conquista efectiva, se les informó de las dificultades que padecían los cruzados a manos de la guardia varega y escuadrones de ciudadanos romanos, Dandolo decidió abandonar su propia lucha y lealmente se dirigió a auxiliar a sus aliados. Tras la llegada de la noche la balanza no se decantó hacia ninguno de los bandos, pero el emperador Alejo III Angelo aprovechó las tinieblas, el caos y la confusión para abandonar la ciudad tras haber brindado una floja resistencia y mostrado cobardía.
Presente la peligrosa situación de un trono vacante, los romanos restituyeron al depuesto y cegado Isaac II Angelo, mientras que los latinos colocaron como emperador al hijo de este, el inexperto Alejo IV Angelo. A pesar de mantener cierta autoridad, claramente los coemperadores fungirían como figuras simbólicas y las rencillas entre romanos y latinos prosiguieron, al grado que Constantinopla se vio envuelta en un incendio que duró dos días con sus noches. La mítica urbe quedó devastada y jamás se recuperaría: palacios desechos, piezas únicas de joyería oriental destruida, arte y manuscritos hechos ceniza. Tras terrible acontecimiento los coemperadores perdieron protagonismo, Isaac II murió en circunstancias poco claras y su hijo, Alejo IV, fue depuesto y asesinado por un tal Murzuffle, quien usurparía el trono y durante un par de meses gobernaría como Alejo V. Republicanos y cruzados, tras un segundo asedio, dieron el golpe final y tomaron la ciudad definitivamente el día 12 de abril de 1204, dando paso a los orígenes del imperio latino, mientras la capital era saqueada, la población romana vejada; la iglesia de la divina sabiduría, Santa Sofía, despojada de sus ornamentos y riquezas; a la vez que Murzuffle escapaba camuflado entre la muchedumbre sin que los latinos lo notasen.
Ante el vacío absoluto de poder y el desorden desatado todo parecía indicar que el marqués de Monferrato sería designado monarca, pero el poder en las sombras, Venecia, dio un golpe de timón e incitó a los electores para que se designara al conde de Flandes como el flamante mandatario del naciente imperio latino. Balduino I de Constantinopla por su personalidad era querido y admirado por los cruzados, pero a la vez era joven y fácil de manejar, sin duda excelente decisión por parte de los venecianos. Ante esta amarga tragedia los romanos no desaparecieron de escena, se trataba de belicistas orgullosos de su identidad, leyes e instituciones, y defenderían su Estado hasta últimas consecuencias. Tres focos de resistencia encapotaron al nuevo impero latino.
En la zona de Epiro, arropados por las montañas, se conjuntó un nutrido número de romanos comandados por Miguel Ducas. En Trebisonda quedó un vacío en la administración provincial tras la conquista de Constantinopla, posición que fue cubierta por un joven de nombre Alejo Comneno, quien demandaría la corona imperial tras ser proclamado emperador por su ejército de mercenarios georgianos. Adoptó el nombre de Alejo I Mega Comneno con la intención de hacer legítimo su linaje y diferenciarse de los numerosos Comneno descendientes de ramas femeninas e incluso distinguirse de la última estirpe gobernante, los Angelo, quienes se habían atribuido el popular nombre. Por último, se encontraba Therodoro I Laskaris, quien se estableció en Nicea y, llegado el momento, se proclamó legítimo emperador de los romanos en el exilio. Además no debe olvidarse a los búlgaros y turcos selyúcidas, quienes se encontraban acechando entre penumbras.
El imperio latino no comenzó con buen pie, al año siguiente de haber obtenido el cargo y tras un enfrentamiento con los búlgaros, Balduino I desapareció y jamás se supo más de él. La posición recayó en su hermano, quien tomó control de la administración como regente y fue entronizado hasta que hubo presunción de la muerte de Balduino. Enrique I de Constantinopla fue coronado el 20 de agosto de 1206 y fue el más capaz y destacado representante del imperio latino, cuya duración fue solo de 57 años. Enrique I y el papa Inocencio III, dos de las figuras más importantes del nuevo imperio, perdían la vida en 1216 y hacia 1222 morían dos fundadores de las resistencias romanas, Alejo I Mega Comneno de Trebisonda y Theodoro I Laskaris de Nicea, este último foco de oposición logró asentarse y adquirió interesantes cotas de poder. Nacieron y se promovieron increíbles niveles de identidad, aquel orgullo romano incrementó como jamás se había vivido. Las instituciones eran sólidas y su evolución en plena Asia Menor era ideal, el artífice de tal prosperidad fue Juan Vatatzes, quien capitalizó y llevó a los horizontes más lejanos el poderío del imperio fundado por su antecesor, Theodoro I Laskaris. En 1224 Vatatzes derrotó al ejército franco en la batalla de Pemaneon y por otra parte Theodoro Ducas, quien había sucedido a su hermano Miguel como soberano de Epiro, tomó control de la ciudad de Adrianópolis, un par de sacudidas de las que los latinos no se recobraron.
La resistencia en Epiro manifestaba poderío, aunque el emperador Vatatzes de Nicea había logrado que sus pretensiones aminoraran, argumentando que solo podía haber una cabeza entre los romanos. Logró así que los representantes de Epiro aceptaran dignidades modestas, naciendo el alto rango de déspota de las manos de Juan Ducas, emperador de Tesalónica e hijo de Theodoro Ducas, y Miguel II Ducas, hijo del fundador de la resistencia. El siguiente paso y tras un gobierno supremo, Juan Vatatzes tenía la encomienda de recuperar la joya del pueblo de Roma, la ciudad de Constantinopla. Vatatzes de manera astuta desarrolló diversos proyectos diplomáticos para lograrlo, pero la muerte le alcanzó en 1254, antes de conseguir su sueño. La semilla quedó sembrada y las acciones implementadas por el emperador de Nicea rendirían sus frutos.
Tras la desaparición de Vatatzes el trono en Nicea devino en su hijo Theodoro II Laskaris, un hombre inseguro, impredecible, autócrata y enfermo de epilepsia. Sus indecisiones y temores causaron el recelo del ejército y la aristocracia, a la cual había apartado de los puestos de confianza. Theodoro II murió a causa de su enfermedad tras cuatro años de gobierno y su frágil personalidad no causó estragos en el poderoso imperio de Nicea, el cual mantenía firmeza y prosperidad. Juan, un menor de ocho años de edad e hijo de Theodoro II era el nuevo heredero, quedando bajo la tutela de Jorge Mouzalon, un advenedizo que no pertenecía a la nobleza y causaba desconfianza entre los aristócratas romanos.
Mientras se realizaba un servicio funerario en nombre del difunto emperador, Jorge Mouzalon y su hermano fueron asesinados en el altar. Es en estos momentos cuando hace presencia una figura sombría, de la que se desconocen sus orígenes, mas es sabida su habilidad como general de las milicias en su cargo de Grand Constable. Su padre mantuvo importantes puestos bajo el gobierno de Juan Vatatzes, pero a diferencia del padre, Miguel Paleólogo siempre estuvo bajo la mira y sospechas de Vatatzes y Theodoro II. No es sabido el grado de implicación de Miguel en la muerte de los hermanos Mouzalon, pero curiosamente Paleólogo fue electo regente y guardián del niño emperador Juan Laskaris. La decisión fue respaldada por la iglesia, el ejército y el pueblo en general. Se sabía que el militar era la mejor elección para proteger al imperio de Nicea. Hacia finales de 1258 adquirió el rango de gran duque, poco después el de déspota y, finalmente, a comienzos de 1259 el patriarca realizó una doble coronación, la del infante Juan IV Laskaris y la de su guardián, Miguel VIII Paleólogo.
Después de intentar recuperar Constantinopla en más de una ocasión y de manera desorganizada, Miguel decidió explotar sus dotes diplomáticas y dispuso de un arreglo que verdaderamente lograra desquebrajar el fracturado imperio latino. Aseguró las fronteras, pacificó enemigos potenciales y tomó inteligentes precauciones con vista al futuro, firmando tratados con los turcos selyúcidas, mongoles y búlgaros. Pero el que parecía haber sido su mayor acierto fue haber realizado una alianza secreta con los genoveses, quienes podrían lograr acabar con los venecianos. Los genoveses pusieron cincuenta galeras a las órdenes del emperador de Nicea y en caso de triunfo, estos heredarían las rutas comerciales y concesiones de las que gozaba la República de Venecia.
A pesar del acuerdo y de las cincuenta galeras, la reconquista de Constantinopla por parte de los romanos de Nicea fue ciertamente accidental. El general Alejo Strategopoulos fue enviado con un pequeño ejército a patrullar la frontera con Bulgaria y echar un vistazo a las defensas terrestres de la ciudad de Constantinopla. A algunos kilómetros de distancia de la ciudad el jefe militar fue informado por granjeros que, a excepción de las imponentes murallas, la ciudad se encontraba desprotegida, pues tanto cruzados como venecianos se encontraban emprendiendo una incursión de asalto en el mar negro. También se indicó a Strategopoulos el lugar donde se podían colocar escaleras de forma sencilla y sin riesgos, y se le informó sobre un pasadizo secreto bajo las murallas. El 25 de julio de 1261 un ejército romano se encontraba nuevamente en posesión de Constantinopla y mientras avanzaban para ir tomando control de la ciudad, el emperador latino Balduino II, quien despertó tras el tumulto, se dirigió sin perder un instante al puerto y huyó en un barco veneciano. Todas las posesiones, casas y galeras venecianas fueron incendiadas, por lo que cuando estos regresaron al puerto lo único que pudieron hacer fuer rescatar a sus familias, quienes ya esperaban en la orilla, y navegar de regreso, desapareciendo sin oponer ningún tipo de resistencia. Constantinopla regresaba a manos de los romanos, pero se presentaba un problema, había dos emperadores: Juan Laskaris, de diez años de edad, nieto del gran Juan Vatatzes, y Miguel VIII Paleólogo, que había logrado recuperar la gran capital y que con toda seguridad desearía el poder absoluto para si mismo, con la intención de crear una dinastía.
El 15 de agosto de 1261 Miguel VIII entró a Constantinopla y fue coronado por segunda ocasión por el patriarca Arsenios. Su esposa Theodora fue proclamada emperatriz y el hijo de ambos, de dos años de edad, fue designado heredero al trono. El legítimo emperador Juan Laskaris fue abandonado en Nicea y habiendo transcurrido cuatro meses fue cegado en día de navidad, fecha de su onceavo cumpleaños, asimismo se le confinó en un castillo en el mar de Mármara. La mutilación del niño fue realizada por motivos de Estado, pues la misma impediría que en un futuro, Juan, pudiese reclamar su derechos a la corona. Con este crimen Miguel VIII aseguraba su condición como emperador y daba comienzo la dinastía Paleólogo.
*DUX. Magistrado supremo en Venecia y Génova.
Fuentes:
FINLAY, George. The history of Greece, from its conquest by the crusaders to its conquest by the turks. William Blackwood and sons
FINLAY, George. Empire of Trebizond 1204-1461. William Blackwood and sons
NICOL, Donald M. The last centuries of Byzantium. Cambridge
NICOL, Donald M. Byzantium and Venice, a study in diplomatic and cultural relations. Cambridge
NORWICH, John Julius. A Short history if Byzantium. Knopf
MICHAUD, Joseph. Historia de las cruzadas. UTEHA
PRESTWICH, Michael. Medieval people. Thames & Hudson
Geographica. Könemann
Pequeño Larousse por Ramón GARCÍA-PELAYO Y GROSS Volumen 1 (París, 1972)