Ioannes Sdrech | Octavio visitaba a uno de sus íntimos amigos, quien poseía una inmensa finca en el área de Campania, se trataba de un équite acaudalado de nombre Vedio Polión, quien heredó la fortuna de su padre, un rico liberto. Polión jamás desempeñó alguna acción de notoriedad para la República romana e incluso Plutarco apunta que sus acciones eran insignificantes para registrarlas, pero dos factores le hicieron popular, al grado de hacerse un pequeño espacio en la historia. Las causas de su fama eran su inmensa fortuna y su crueldad.
Diferentes fuentes nos confirman que Polión poseía estanques con lampreas gigantes entrenadas para devorar humanos, por lo cual cuando el amo se encontraba de mal humor o sencillamente quería deshacerse de alguno de sus esclavos lo mandaba arrojar a alguno de sus estanques y la muerte de los muchos infortunados debió ser terrorífica y agónica.
De las cuatro clases en que se clasifican las especies de peces dos no tienen mandíbulas, estas son precisamente lampreas. Se trata de animales de cuerpo alargado, suave, sin escamas y poseen un área bucal abierta, armada con proyecciones filosas semejantes a dientes, que utilizan como ventosa para adherirse a su alimento y rasparlo. Se encuentran las lampreas de arroyo cuya longitud alcanza entre 18-49 cm. y pesan entre de 30 y 150 gr. En contraparte está la lamprea de mar, la cual supera el metro de largo y tiene un peso de 2.5 kg., capaces de comer salmones, truchas e incluso algunos tiburones. Séneca hace alusión a su gran tamaño, por lo cual sin duda los letales peces de Polión eran lampreas marinas.
Mientras Polión entretenía a su eminente amigo uno de los esclavos rompió una copa de cristal, al parecer de enorme valor y que desató la furia del anfitrión, quien desatendió a su prominente comensal mientras daba la orden de que el culpable fuese castigado lanzándolo al depósito de lampreas. El joven siervo se liberó de quienes ya le sujetaban y corrió para arrodillarse frente al prínceps a quien imploró protección. Octavio consternado ante peculiar teatro apeló por el desgraciado e intentó persuadir a su amigo para que no llevara a cabo tan atroz acto. Vedio Polión cegado por la ira y gobernado por su sádica naturaleza hizo caso omiso a las palabras de su invitado, que más que una sugerencia era una orden. Entonces el prínceps dijo a su anfitrión: “Reúne todos tus recipientes para beber, como este, o algunos otros de valor que poseas para que yo pueda hacer uso de ellos”.
Cuando todo tipo de loza de coste prohibitivo para el romano promedio fue reunida, Octavio ordenó que fuese destrozada. Acontecido el suceso saltaba a la vista la molestia de Vedio y considerando la gran cantidad de vasijas que fueron rotas ya no tenía pretexto para enfadarse por una sola copa estropeada de manera accidental, además ahora le era imposible castigar al esclavo por un acto que el mismísimo prínceps había repetido.
Con su crueldad y desobediencia, Vedio Polión había deshonrado y llenado de vergüenza a su protector. Octavio y Polión eran totalmente opuestos, ante los ojos de Roma el prínceps era símbolo de recato, buenas costumbres y modestia, mientras que Polión había dejado ver su ostentación y crueldad. Seguramente el amor por el lujo no era el problema de fondo, pues Cayo Cilnio Mecenas, el querido allegado de Octavio era amante de la opulencia y la abundancia, todo un sibarita. Pero mientras Mecenas era civilizado y capaz, Polión resultaba de una personalidad repulsiva. La sólida amistad entre el amo de Roma y el salvaje Vedio puede basarse en que el acaudalado ecuestre fue uno de los patrocinadores políticos del joven Octaviano hacia el año 44 a.C., cuando este hizo entrada como el benjamín de la compleja política de la República romana. Además aparentemente, Polión, ayudó a implementar un sistema fiscal en la provincia de Asia después de la batalla de Accio.
Vedio Polión no era el primero de los amigos íntimos que avergonzaba a Octavio de semejante manera. Después de Accio y de que Octaviano tomara posesión de Egipto parecía no ser buena idea colocar a un patricio con influencia y poder como custodio de tan importante lugar, el granero de Roma. Por lo tanto el vencedor de la guerra civil designó como primer prefecto de la tierra de los faraones a un amigo de su confianza, el équite Cayo Cornelio Galo, poeta e íntimo de Virgilio. Galo comandó las milicias que avanzaron desde Liba a Egipto durante la guerra intestina contra Marco Antonio y como prefecto de Egipto demostró dinamismo y talento. Pero su nuevo puesto le hizo perder el piso y cuando se embriagaba solía ser indiscreto en temas concernientes a su patrón Octaviano. Si esto no fuera suficiente, decretó que se construyeran estatuas de si mismo y mancilló las pirámides inscribiendo en estas sus éxitos personales.
Cornelio Galo fue destituido de su cargo en el año 27 a.C. y Octaviano le denegó acceso a su hogar. Pero fue el senado el organismo encargado de desempeñar aquello que tanto dolor le causaba al dueño de Roma, exiliar y confiscar los bienes de Galo. Octaviano agradeció al senado su solidaridad ante los actos de penosa severidad que debía realizar.
“Soy el único hombre en Roma al que no le es posible limitar su disgusto hacia sus amigos. El asunto siempre tiene que llegar hasta las últimas consecuencias”.
CAYO JULIO CÉSAR OCTAVIANO
El prínceps tenía que dar ejemplo de moderación como pilar y anónimo propietario de la República. Parte fundamental de su política moral era la de reprimir los excesos y la depravación, cuestión que le impedía abogar por sus amigos, como fue en los casos de Galo y Polión.
Pero esta es solo una ínfima anécdota de la apasionante vida de Octavio Augusto.
Fuentes
DION CASIO. The Roman History: The reign of Augustus. Penguin Classics
PLINIO EL VIEJO. Natural History: A selection. Penguin Classics
PLUTARCO. Makers of Rome. Penguin Classics
SENECA. Dialogues and Essays. Oxford World’s Classics
BURNIE, David. Animal. Dorling Kindersley
EVERITT, Anthony. Augustus, the life of Rome’s first emperor. Random house
BARRETT, Anthony A. Livia, first lady of imperial Rome. Yale University Press
GOLDSWORTHY, Adrian. Augusto. La esfera de los libros Revista101.com