Ioannes Sdrech | La figura del gladiador que se había convertido en jefe militar es un misterio. No sabemos sobre los anhelos o los más profundos pensamientos de Espartaco. Se ha llegado a sugerir que podría haber ambicionado marchar a Roma para tomarla, pero le frenaba saber que tenía que enfrentar a un ejército inmenso y sus milicias no estaban preparadas para ello, no contando con la cantidad de hombres y armamento suficiente. Se ha establecido que deseaba abandonar Italia por el norte, con la intención de que aquella bandada de esclavos pudiese regresar a sus lugares de origen o les fuera posible establecerse en otros sitios como hombres libres. Otra opción que se ha barajado es que Espartaco tenía intenciones de marcharse de la península itálica vía sur y llegar a la isla de Sicilia, en donde habría logrado sin mayor dificultad crear un reino autónomo a la República romana.
El enorme batallón de rebeldes se encontraba tan agrandado y eufórico que obligaron a sus generales a regresar justo cuando se dirigían rumbo al norte, en busca de una posible libertad. Los grupos de espartaquiadas estaban preparados para dar más de sí, para seguir luchando, y la República se preparaba para ello. La guerra contra los rebeldes había durado tres años y los romanos, como gran civilización de conquistadores, se sentían desconsolados. Ningún general de la república había alzado la mano con pretensiones de terminar el conflicto, hasta que hizo presencia un noble de gran porte, distinguido por su linaje y su fortuna, su nombre Marco Licinio Craso. Tras ocupar el cargo y recibir de parte del senado el grado de “supremo comandante de la guerra”, un número considerable de la joven y ambiciosa aristocracia se presentó voluntaria para servir bajo sus órdenes. Después partió con seis legiones para hacer frente a la contienda, además de unírsele las dos legiones consulares cuando arribó al territorio de conflicto.
Una de las primeras acciones de Craso fue la de aniquilar a diez mil hombres de Espartaco que acampaban por separado. Parecía que las cosas serían más sencillas de lo esperado, pero lo que siguió no fue nada bueno. La táctica de Craso sería pasiva, consistiría en la observación, el seguimiento y el bloqueo, evitando inicialmente enfrentamiento alguno, ni siquiera escaramuzas. Un subordinado de Craso llamado Mumio tenía a cargo dos legiones y recibió instrucciones de vigilar y seguir al ejército rebelde, pero sin entrar en confrontación. Sin embargo, Mumio, al observar lo que consideró una buena oportunidad y pensando en la gloria personal comenzó una batalla ante el ejército del tracio. Muchos romanos murieron en la contienda mientras otros tantos huyeron colmados de pavor.
Para corregir la actuación de cobardía por parte de los legionarios Craso los sometió a una tradicional práctica del ejército que estuvo en desuso mucho tiempo, la decimatio.* El general romano reanudó su faena y perseguía a Espartaco mientras este escapaba hacia el océano con la intención de partir a Sicilia, pero fue contenido por medio de zanjas y empalizadas que las legiones habían construido. Fue entonces cuando el jefe rebelde forzó su huida por territorio samnita pero Craso asesinó a seis mil de sus hombres durante el alba y otra importante cantidad durante el ocaso, esto por tan solo tres muertos y siete heridos romanos. Estos éxitos militares por parte de la República se debían a la eficiente y valerosa actitud de las legiones, cuya mentalidad había sido transformada por completo después de que Craso reviviera la decimatio, ahora cada uno de los miembros del ejército temía más a su propio general que a las tropas insurrectas que tenían que enfrentar.
Mientras tanto Marco Licinio Craso continuó con su estrategia de observación y seguimiento, construyendo fortificaciones en la península de Rhegium, lugar en donde se encontraban las fuerzas de Espartaco, evitando así que pudiesen llegarle provisiones o cualquier tipo de ayuda. El ejército de bárbaros permaneció encarcelado dentro de las murallas construidas por los romanos, pero una noche de ventisca y nieve Espartaco dio órdenes de que se elevara el nivel de la superficie con tierra, ramas y todo lo que sirviera para tal propósito y con un tercio de su ejército logro escapar. El general Craso de inmediato actuó y sus legiones aplastaron a más de doce mil adversarios, tan pronto ese destacamento fue eliminado el líder de los subversivos se retiró a las montañas de Petelia. En tanto en Roma, el Senado desesperó con la pausada estrategia de asedio desarrollada por Craso, motivo por el cual decidieron consignar como refuerzos al general Cneo Pompeyo Magno, quien había regresado tras una campaña victoriosa en Hispania y a Marco Terencio Varrón Lúculo quien se encontraba en Macedonia. Ante tales noticias y con la intención de evitar enfrentar también al general Pompeyo, Espartaco ofreció un acuerdo a Craso.
Licinio Craso sonreía por la insolencia del bárbaro y enviaba a su emisario para notificar a los intermediarios que no habría acuerdo de ningún tipo. En la mente del general se presentaban otras preocupaciones como el nombramiento de Pompeyo, quien podría llegar y robarle la gloria. Craso aceitó los engranajes de su inmensa maquinaria bélica y partió con miles de hombres a la caza de ese tal Espartaco.
El gladiador y sus forajidos marchaban rumbo a Brindisi mientras eran seguidos con sigilo por una milicia a cargo de un oficial de nombre Quinto y por el cuestor Scrofa quienes fueron descubiertos y enfrentados por el ejército rebelde, tras la derrota los legionarios romanos solo pudieron rescatar al cuestor, quien resultó herido. Craso continuó con el seguimiento e incluso acampaba cerca de los sublevados. Espartaco y sus hombres avanzaban a gran velocidad rumbo a Brindisi y encontrándose cerca de su destino un par de exploradores les informaron que el general Lúculo sitiaba el lugar. El tracio y sus seguidores se encontraban rodeados, Lúculo adelante, Craso a sus espaldas y a la cola con toda seguridad Pompeyo. Espartaco dio media vuelta y dirigió sus tropas a un encuentro definitivo contra el general Craso y sus legiones. La batalla fue larga, reñida y cruel, poco a poco los efectivos del ejército rebelde fueron disminuyendo mientras el propio Espartaco fue herido en un muslo por una lanza. Al final, cuando la mayoría de sus hombres habían muerto y muchos otros huido Espartaco alzó su escudo, se mantuvo en pie y luchó hasta el último aliento.
Los rebeldes continuaban en plena desbandada y se dirigían en todas direcciones. Una cantidad considerable de ellos logró conducirse hacia las montañas, desde donde organizaron una resistencia. Mientras los hombres de Marco Licinio Craso iban cuesta arriba aniquilando a los fugitivos, se observó en el horizonte la llegada de un ejército espectacular, capitaneado por un hombre de cara redonda y gesto afable, que emanaba arrogancia camuflada. Se trataba del general Pompeyo quien de inmediato dio instrucciones a sus hombres para que masacraran a todo rival que pudieran toparse. La labor de Pompeyo en la guerra fue minúscula, aun así con absoluta ausencia de tacto y escrúpulos empleó su insignificante papel dentro del conflicto para quitar importancia a la labor de Craso y acreditarse a sí mismo la gloria de haber puesto fin a la rebelión. El oportunista Pompeyo consideraba que, haber llegado cuando la batalla final estaba decidida y el perseguir y matar a algunos fugitivos, implicaba la exterminación de fondo de tan complejo conflicto. De hecho, el astuto Pompeyo hizo llegar un comunicado al senado en el cual confirmaba que Craso ciertamente conquistó a los esclavos en batalla abierta pero que él (Pompeyo) se había ocupado de eliminar de raíz cualquier remanente de la guerra.
Marco Licinio Craso logró recuperar a seis mil hombres, los únicos supervivientes de aquel nutrido grupo que se había internado en las montañas. El general tomó la decisión de usarlos como ejemplo, con intención de que esa clase de insurrecciones no se repitiesen jamás. Craso ordenó crucificar a los seis mil prisioneros y colocarlos a lo largo de la la vía Apia; en el tramo desde Capua, lugar de origen del conflicto, hasta Roma. La tercera guerra servil llegaba a su fin y el cadáver de Espartaco jamás fue recuperado. Sus restos podrían haber quedado ocultos por algún arbusto hasta la descomposición o su cuerpo inerte colgado de una cruz , pero su alma despegó, extendió las alas y viajó por el tiempo hasta nuestros días y prevalecerá hasta la eternidad.
*Decimatio. Cuando llegaba a presentarse un acto de cobardía en las legiones, como la huida o abandonar puestos de mando, los oficiales rechazaban la idea de castigar directamente a los responsables. La medida correctiva que adoptaban era efectiva y escalofriante a la vez. El tribuno seleccionaba “al azar” un décimo de hombres correspondientes a la cantidad de responsables de cobardía. Aquellos individuos desafortunados eran golpeados despiadadamente por sus compañeros. Uno de cada diez perdía la vida posiblemente sin deberlo y al igual que sus colegas, quienes eran sus obligados verdugos, eran cubiertos por la deshonra.
Fuentes
PLUTARCO. Fall of the Roman Republic. Penguin Classics
APIANO. The civil wars. Penguin Classics
POLIBIO. The rise of the roman empire. Penguin Classics
SAMPSON, Garreth C. The defeat of Rome. Pen and sword
FRATANTUONO, Lee. Lucullus. Pen and sword