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Nosferatu plantea una inquietante pregunta: ¿a dónde van nuestras oraciones cuando las lanzamos al éter? ¿Se elevan ante los dioses que veneramos, uniéndose a un vasto y eterno memorial, una suerte de buzón celestial donde algunas son más dignas de respuesta que otras? ¿O vagan sin rumbo, desechadas y olvidadas, condenadas a permanecer en los rincones sombríos de un cielo distante, aplastadas por el peso de la fragilidad humana? Tal vez algunas se aventuran profundamente en el cosmos, peligrosamente cerca de las costas de las Sirenas, solo para ser atrapadas y pervertidas por el inevitable y enigmático mal que allí se oculta.
Lily-Rose Depp interpreta a Ellen, una joven sumida en una melancolía profunda, tal vez porque la era de la ilustración no está en sintonía con su alma poética. En una escena que evoca a Juana de Arco mediante un primer plano al estilo de Carl Theodor Dreyer, Ellen lanza un ruego lleno de lágrimas: “Un ángel guardián, un espíritu de consuelo… cualquier cosa.”
¿Es sorprendente que una oración lanzada desde la desesperación en una ventana luterana sea acogida tan rápidamente por el eterno Conde Orlock? El mal enterrado, sofocado por la ciencia y olvidado por la razón secular, encuentra una oportunidad de resurgir, aferrándose como un parásito bubónico a las tradiciones y sensibilidades del viejo mundo que Ellen ha desatado sin darse cuenta.
Cuando el velo entre mundos se debilita, el cadáver bigotudo de Orlock atraviesa el plano astral, seduciendo a Ellen con una facilidad esquelética. Susurros sensuales y gemidos de placer son sofocados por los tonos guturales del Conde, un sonido antiguo y abominable, como si su voz surgiera de cuchillas afiladas subiendo lentamente por su garganta necrosada. El misterio de cómo se forma su voz es tan aterrador como su presencia, pero el resultado es un eco que evoca cuchillos desgarrando la carne.
Ellen intenta escapar de sus terrores casándose con Thomas Hutter, un joven agente inmobiliario sincero y respetuoso. Sin embargo, su empleador, el excéntrico Herr Knock, advierte: “Un nuevo esposo requiere nuevos salarios.” Ellen teme que su tormento apenas comience, ya que Thomas debe viajar a Transilvania para que el Conde Orlock firme los documentos de una mansión en Wisborg.
Ver Nosferatu es como habitar las almas de sus personajes. Orlock, interpretado por Bill Skarsgård, anhela un mundo que haya olvidado su maldad, un lugar donde la fe se haya desvanecido y la ciencia haya desacreditado a los radicales como el profesor Von Franz (Willem Dafoe), el último recurso contra la enfermedad que consume a Ellen.
El director Robert Eggers crea una obra de época brutalmente inmersiva; su realismo hace que los elementos sobrenaturales sean inquietantemente creíbles. No hay artificios en las actuaciones del elenco, que incluye a Nicholas Hoult como Thomas Hutter, Aaron Taylor-Johnson como Friedrich Harding, Emma Corrin como Anna Harding, Ralph Ineson como el Dr. Sievers, y Simon McBurney como el demente Herr Knock.
Con Nosferatu, Eggers ha producido un procedimiento forense del siglo XIX sobre el horror absoluto de su narrativa. No hay romanticismo en los ataúdes de niños ni en las víctimas desecadas por la peste. Las cortesías de la sociedad educada se vuelven inútiles en este mundo oscuro. Ellen, con su vulnerabilidad, quizás nos representa más de lo que queremos admitir, especialmente cuando relata uno de sus sueños aterradores: “Nunca fui tan feliz como en ese momento, mientras sostenía las manos de la muerte.”