
Ioannes Sdrech | -Insisto, puedo pasar desapercibido a pesar de medir dos metros, hacerme acompañar por cuatro enanos de la corte y un mono. Mi nombre secreto será Pedro Mikhailov -Pero antes de que el zar realizara tal afirmación y emprendiera de incógnito su gran embajada por las principales ciudades de Europa, Pedro debía hacerse con una reputación y afianzar su nueva posición como único mandatario del zarato. Qué mejor que llevarlo a cabo a través de una conquista, declarar la guerra a los turcos otomanos y arrebatar a estos la ciudad fortificada de Azov, la cual daba paso al mar negro.
El monarca no lo tenía del todo claro y decidió inspirarse en una historia que le compartió años atrás uno de sus preceptores. Repasó en su mente los anales del emperador Claudio, aquel patricio romano que todos creían un imbécil al que sería fácil manipular, pero que se hizo respetar como nuevo gobernante de Roma emprendiendo la conquista de un lugar indómito y misterioso, la isla de Britania. Así como Claudio, el zar Pedro pensaba hacer legítimo su estatus a través de una campaña militar victoriosa.
El monarca declaró la guerra a los turcos en 1695 y concentró toda su ofensiva por tierra. Tras una humillante derrota y al no poder hacerse con la ciudad de Azov se retiró con sus tropas. Pero el zar de todas las Rusias no era de aquellos que se rendían con facilidad, por su mente viajaban miles de pequeños pensamientos: “no desistiré, redoblaré esfuerzos, le daré al imperio ruso una flota naval digna de admiración”. Sin duda Pedro atacaría de nuevo, pero no solo por tierra sino también por mar, esta nueva ocasión era poco probable que nuestro gigante fracasara.
Las ideas de Pedro se materializaban tan pronto desfilaban por su mente, pues de inmediato estaba en marcha la creación de una poderosa armada. Todo terrateniente que contara con mas de diez mil siervos debía contribuir a la causa con la construcción de un barco de guerra y la propia familia real proporcionaría nueve barcos. La flota naval pronto sería una realidad y el joven mandatario podría emprender su nueva ofensiva.
El 30 de Septiembre de 1696 Pedro y su ejército entraron victoriosos a la ciudad de Moscú, en donde los esperaba un enorme arco del triunfo con un águila bicéfala en su cumbre. Una curiosa inscripción sobresalía de un letrero dorado: Victoria del emperador Constantino sobre el emperador de Roma, el pagano Majencio.* Habiendo seguido una estrategia empleada por Vladimir de Kiev siglos atrás, el ejército ruso derrotó a los otomanos y pudo tomar la deseada ciudad de Azov. Algunos de los artífices de la victoria fueron importantes integrantes de la flota naval, tales como el suizo François Lefort, quien sirvió como almirante; el veneciano Lima desempeñando las funciones de vicealmirante, y el francés Balthasar de l’Osière, el cual fungió como contraalmirante. También fueron determinantes las incursiones por tierra encabezadas por los generales Alexis Schein y el escocés Patrick Gordon.
La piedra preciosa que aterrizó en Moscú una noche de 1672 comenzaba a brillar con timidez. Convertido en un gobernante victorioso y con la estabilidad política que ello acarrearía, Pedro se daría la libertad de traspasar las fronteras de su rancio imperio y explorar el mundo moderno. La gran embajada estaba por nacer.
Febrero de 1697: La gran embajada está conformada y todo se encuentra preparado para la partida hacia las más importantes y modernas ciudades europeas. Pero antes de tan solemne acontecimiento se estaba celebrando una fastuosa cena en el mágico enclave alemán. Durante la sobremesa el monarca recordó a una de las almas más puras, su medio hermano Ivan, quien le había hecho compañía en el gobierno. La particularidad del desdichado hombre radicaba en su incapacidad intelectual, característica que le impidió gobernar y le convirtió en una mera figura ficticia. Hacía ya un año que Ivan había muerto y Pedro le recordaba con cariño, además que solía rememorar aquella abrumadora época cuando ambos compartían un peculiar trono doble, entonces Ivan tenía dieciséis años de edad y Pedro diez. Ambos colocados en aquel extraño trono mientras desde atrás, a través de una pequeña ventana los manipulaba su hermana Sofía, quien lo escuchaba y controlaba todo. Para Pedro era un alivio haberse librado de esa malvada y ambiciosa mujer.
Súbitamente y de manera enérgica el monarca fue sacudido por uno de sus sirvientes, mientras salía de su letargo y sus recuerdos se desvanecían se le informó que dos soldados Streltsy recién habían arribado al enclave alemán para notificar que se fraguaba una conspiración en contra del zar, encabezada por un tal Ivan Tsykler, coronel Streltsy, y casualmente un partidario leal de una persona que se encontraba confinada en un monasterio desde 1689, la depuesta zarevna Sofía.
La historia de Pedro el grande estaba a punto de comenzar.
*Haciendo alusión a la batalla del puente Milvio, celebrada en el año 312 d.C.
Fuentes:
TROYAT, Henry. Peter the great. Dutton
HUGHES, Lindsey. Russia in the Age of Peter the great. Yale university press.
CRACRAFT, James. The revolution of Peter the great. Harvard University Press Revista101.com