
El mundo de la música despide a uno de sus más grandes visionarios. Brian Wilson, cofundador de los Beach Boys, arquitecto sonoro de una generación y responsable de algunas de las obras más revolucionarias en la historia del pop, falleció este miércoles a los 82 años. La noticia fue confirmada por su familia, quienes pidieron respeto y privacidad en este momento de duelo. Wilson no solo fue el corazón creativo de los Beach Boys; fue también el alma atormentada que llevó al pop más allá de sus propios límites, reinventándolo desde el estudio con una sensibilidad lírica y una ambición artística sin precedentes. Su legado no solo se mide por las ventas o premios, sino por su profunda influencia sobre generaciones enteras de músicos, compositores y productores que vieron en él a un verdadero alquimista del sonido.
Nacido en Inglewood, California, en 1942, Brian Douglas Wilson mostró desde muy joven un oído absoluto y una pasión desbordante por la música vocal. En la adolescencia, junto a sus hermanos Carl y Dennis, su primo Mike Love y su amigo Al Jardine, fundó lo que más tarde se convertiría en los Beach Boys, una de las bandas más icónicas del siglo XX. Inspirados por la cultura surfera del sur de California, los primeros éxitos de la banda, como “Surfin’ USA”, “Fun, Fun, Fun” y “I Get Around”, capturaron el espíritu soleado y optimista de una juventud dorada. Pero debajo de esas armonías brillantes, ya se gestaba la inquietud artística de Wilson, quien pronto pasaría de ser un talentoso compositor pop a convertirse en un auténtico revolucionario del estudio de grabación.
En 1966, Wilson lanzó lo que muchos consideran su obra maestra: Pet Sounds, un álbum que rompió con las estructuras tradicionales del pop y elevó la música popular a nuevas alturas artísticas. Con canciones como “Wouldn’t It Be Nice”, “God Only Knows” y “Caroline, No”, Wilson integró técnicas de producción nunca antes vistas en el género: instrumentación orquestal, efectos sonoros innovadores y capas de armonías vocales que desafiaban toda convención. Pet Sounds no solo fue una respuesta artística al Rubber Soul de los Beatles, sino una obra que inspiró al mismísimo Paul McCartney a concebir Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. A partir de allí, Wilson dejó de ser simplemente un “chico surfista” para convertirse en un pionero musical, un Beethoven del siglo XX que componía sinfonías adolescentes desde una consola de grabación.
Tras el éxito artístico de Pet Sounds, Wilson emprendió un proyecto aún más ambicioso: Smile, una “sinfonía adolescente a Dios” que, debido a sus problemas de salud mental y presiones externas, jamás se completó en su momento. La obra, concebida como un collage psicodélico y espiritual, permaneció incompleta durante casi 40 años, alimentando el mito de ser “el disco más famoso que nunca fue publicado”. No fue sino hasta 2004 que Wilson, ya alejado de los Beach Boys, presentó una versión finalizada de Smile, considerada por muchos como una de las redenciones más hermosas en la historia del pop.
La otra cara del genio fue siempre su fragilidad emocional. Brian Wilson luchó durante décadas con enfermedades mentales, alucinaciones auditivas y episodios de depresión que lo alejaron durante años de los escenarios y del ojo público. Su vida estuvo marcada por tratamientos cuestionables, una tutela legal, y en años recientes, un diagnóstico de demencia que agravó su situación tras la muerte de su esposa y principal cuidadora, Melinda, en 2024. A pesar de todo, Wilson encontró en la música una tabla de salvación. En 2014 fue retratado en la aclamada película Love & Mercy, protagonizada por Paul Dano y John Cusack, una biografía íntima que humanizó al ídolo y lo presentó a nuevas generaciones como una figura compleja, sensible y profundamente humana.
Brian Wilson no solo fue admirado por sus fans, sino reverenciado por colegas de la talla de Bob Dylan, Elton John, Ringo Starr, Thom Yorke y Chris Martin. John Mayer y el propio líder de Coldplay confesaron que tomaron la guitarra por primera vez después de ver a Wilson interpretar “Johnny B. Goode” en la famosa escena de Back to the Future, una influencia que, aunque indirecta, habla del peso cultural del artista. En una reciente entrevista, Bob Dylan relató cómo se reencontró con Wilson en una sala de emergencias en Malibu, iniciando una improbable amistad que terminó con Dylan cantándole “Feliz cumpleaños” en video. Un gesto que resume lo que Brian significó: un puente entre generaciones, géneros y emociones.
El fallecimiento de Brian Wilson no marca solo el adiós de un músico; marca el cierre de un capítulo glorioso en la historia de la música del siglo XX. Su obra, sus riesgos creativos, su vulnerabilidad y su incesante búsqueda de belleza sonora seguirán siendo referencia para músicos, críticos y oyentes en todo el mundo. Hoy, mientras el sol se pone sobre California, el eco de su voz, las armonías imposibles y los sueños que sembró desde su piano en Los Ángeles resuenan más vivos que nunca. Gracias, Brian Wilson. Por enseñarnos que el pop podía ser arte, que la tristeza podía cantarse con belleza, y que los genios no siempre necesitan ser entendidos para ser amados.