Ioannes Sdrech | En el medio de aquella amarga captura que los galos infringieron a la ciudad de Roma en 390 a.C. y el sometimiento absoluto de las Galias por parte de Cayo Julio César, un hombre llamado Marco Claudio Marcelo les enfrentó, les venció y fue el último en hacer una gran ofrenda a Júpiter Feretrio.
Marcelo, que a posteridad fue conocido como la espada de Roma, es famoso por haber enfrentado a Aníbal durante la segunda guerra púnica pero antes tuvo ocasión de combatir a las tribus galas. Fue electo cónsul en el año 222 a.C. por los interreges* y no mucho después se encontraba en el campo de batalla dirigiendo a sus ejércitos. La República venía de haber tenido éxito en sus enfrentamientos anteriores contra galos, durante el consulado de Flaminio y Furio, por lo cual los vencidos habían optado por una postura conciliatoria y el senado de Roma parecía decantarse por llegar a un acuerdo de paz.
En este punto las fuentes son contradictorias, Plutarco indica que Marcelo “agitó al pueblo con la intención de continuar la guerra”, pero es más probable que tanto él como su compañero en el consulado, Cneo Cornelio Escipión, persuadieran a parte del senado para que la guerra continuase, al considerar que la paz no estaba garantizada. Además debe subrayarse lo poco probable que hubiese sido que el senado al completo estuviese a favor de una paz con los galos.
Paz o no paz, la guerra prosiguió cuando los celtas gesatas agitaron a los ínsubros, cruzaron los Alpes y conformaron un gran ejército. Al enterarse de esto, los cónsules se dirigieron al lugar del conflicto, siendo Marcelo quien con una pequeña tropa logró llegar al lugar preciso en done se encontraban acantonados los galos.
El enemigo superaba en número las milicias romanas e inmediatamente cargó contra estas, mientras tanto Claudio Marcelo hizo lo posible para que sus hombres no se desbandaran y mantuvo la cohesión de su pequeño ejército, a la vez mandaba al frente su caballería para que se topase de cerca con el adversario. Cuando el propio cónsul se disponía emprender una carga, su caballo se asustó ante los feroces rugidos de los bárbaros.
Alarmado porque el suceso pudiera parecer un mal augurio y creara confusión entre los romanos, retomó el control de su corcel y lo forzó a encarar directamente a los enardecidos celtas. Se dice que cuando se encontró cara a cara con el enemigo juró que llevaría en ofrenda a Júpiter Feretrio la mejor armadura que encontrara de entre los rivales.
Un hombre que se distinguía del resto de los galos; no solo por su tamaño, sino por su espectacular armadura gofrada con oro y plata, decorada con brillantes colores y esmerados diseños fue quien observó primeramente a Marcelo, y al percatarse de sus insignias figuró que se trataba del comandante romano. Aquel hombre cuya armadura resplandecía como los rayos del sol era el rey galo, quien cabalgando lejos de sus hombres comenzó a agitar su lanza y solicitó a gritos un duelo directo con el líder romano. El cónsul supo en esos momentos que aquello que centelleaba y se dirigía hacia él se trataba de la mejor armadura de todas, el ofrecimiento que había hecho al dios Júpiter.
Ambos titanes chocaron violentamente mientras la tierra perecía estremecerse. Un parpadeo después el rey galo se encontraba derribado, con la coraza perforada y aun con vida. Marcelo se dispuso a alancear a su rival una segunda e incluso tercera ocasión, hasta haber terminado con su vida.
El vencedor bajó de su caballo y colocando sus manos en la armadura, alzó su mirada al cielo y gritó con fuerza: “Júpiter Feretrio, tú quien juzgas los actos de generales y capitanes en guerra y en el campo de batalla, te ruego atestigües que yo, un general romano y cónsul, he matado con mis propias manos a un general y rey, que soy el tercer comandante romano en cumplir esto, y te dedico a ti el más grandioso de los trofeos. Rezo para que nos concedas buena fortuna mientras luchamos el resto de esta guerra”. Al término de la plegaria la batalla prosiguió y los romanos obtuvieron una inesperada victoria.
Encontrándose en Roma y después de celebrar su triunfo, Marcelo se dirigió al templo de Júpiter Feretrio a quien dedicó la ofrenda. Se trató del tercero y último de los romanos en lograr tal hazaña.** El primero fue Rómulo, el segundo Aulo Cornelio Coso; y después de ellos Marco Claudio Marcelo, dedicándole al dios la armadura del rey galo Britomartus.
*Oficiales designados cuando no había cónsules en funciones. Su labor era la de supervisar elecciones consulares.
**PLUTARCO, Makers of Rome, Marcellus, 8.
Fuentes:
PLUTARCO. Makers of Rome. Penguin Classics
POLIBIO. The rise of the Roman Empire. Penguin Classics
MCCALL, Jeremiah. The sword of Rome. Pen and Sword Revista101.com