Ioannes Sdrech | Hijo de Zeus y Leto, Apolo es una divinidad solar a quien se le identifica como patrón de la poesía, la música, la profecía y la medicina. Tras revelarse contra su padre, su castigo consistiría en su destierro del cielo, después de todo, el rayo del señor del Olimpo no le infringía daño alguno, mientras que el Hades no podía atormentarlo. Así, en la tierra, Apolo fungiría como pastor, convirtiéndose incluso en patrón de estos. Su paso por el campo no estaría libre de peripecias, como haber quedado prendado de la ninfa Dafne, hija del dios-río Peneo. La ninfa rechazaría todo cortejo que intentara el dios de las artes, no siendo esto una casualidad, pues se trataba de una revancha. Apolo había mantenido diferencias con Eros y, este, a manera de venganza arrojó una maldición. El dios del amor lanzaría un par de flechas, una de punta de oro brillante, dirigida a Apolo y que incentivaría el amor; mientras que a Dafne la traspasaría con una flecha con punta de plomo, creando el efecto contrario. En cuanto el hijo de Zeus observó a la virginal ninfa, la amó y deseó cada parte de su anatomía. Dafne emprendería la huida para evitar caer víctima del sediento amante, quien poseído por un deseo incontrolable perseguía veloz a la incansable ninfa. Cazador y presa, como Ovidio ejemplificaría ayudándose del cordero y el lobo, la cierva y el león, o la paloma y el águila.
El dios se mantenía potente, estimulado por la esperanza, mientras su presa invadida por el pánico se mantenía en movimiento, aunque perdiendo vitalidad. Todo el sacrificio de la fuga estaba por vencer a Dafne y, cuando el ansioso enamorado estaba por alcanzarla, pudo observar un río, no tratándose de un afluente cualquiera, era su padre, se trataba de Peneo. Desfalleciendo y con sus últimas fuerzas Dafne exclamó. -¡Ayuda, padre, ayuda!
Repentinamente, desde sus caderas y hasta sus senos, una delicada corteza comenzó a arroparla. Sus finos brazos se transformarían en ramas y su cabello en follaje. Sus veloces pies quedaron arraigados a la tierra, a manera de potentes raíces. Mientras que su rostro y cabeza serían la gran corona del árbol verdoso en el que su padre la había convertido. A pesar del suceso, Apolo continuó amándola, tocando y besando la madera, misma que en esos momentos se retorcía producto de la repugnancia por las pruebas de afecto. La desdichada deidad arrancó una rama de quien fuera su amada, ahora un árbol de laurel. Formó con esta una corona, que a posteridad sería empleada para recompensar a poetas, atletas y héroes. Ovidio nos presenta a un Apolo que confiesa a su idolatrado árbol que con las coronas hechas producto de sus ramas se reconocería a los conquistadores y grandes hombres romanos, sin duda todo un patriota el poeta latino.
Durante la antigüedad Grecolatina la figura de Apolo gozó de éxito y popularidad, perdiéndose durante la Edad Media y recuperándose con la grata llegada del Renacimiento, lográndose esto gracias a la difusión de textos clásicos como las Metamorfosis de Ovidio. En el periodo Barroco surgiría la más asombrosa de las representaciones artísticas del mito de Apolo y Dafne, producto del genio de uno de los más grandes artistas de la historia, Gian Lorenzo Bernini. Escultura creada entre los años 1622 y 1625, y que gracias al característico movimiento del Barroco se capta el instante exacto en el que los miembros y cabello de Dafne comienzan su transformación en cortezas y hojas de laurel. Revista101.com