José Gaspard, enviado especial, Ciudad de México | fotografías, Liliana Estrada. El Auditorio Nacional, majestuoso y palpitante, se erige en el corazón de la Ciudad de México, apretujado por el fervor y la expectación de 10 mil almas que han acudido en masa para rendir tributo a un conjunto de músicos, The Smile, que han sabido poner el universo al alcance de sus acordes el 21 de junio. Se escuchan susurros, risas y aplausos diseminados, los rezagados llegan con varias cervezas encima, buscando su asiento, buscando su lugar en esta comunión musical que está a punto de desplegarse. Se apagan las luces y, con la oscuridad, llega un silencio ensordecedor. El vacío, sin embargo, es efímero. Súbitamente, The Smile, como una esencia colectiva, toma el escenario. Saludan, se acomodan, los instrumentos retoman su aliento. La fiesta, amigos, ha comenzado.
El primer acorde de «The Same» resuena y el auditorio estalla. La música vibra, penetra en los huesos, los cuerpos se mueven al ritmo como una sola entidad. The Smile desata su magia, esa chispa indescifrable que solo se puede experimentar en vivo. El jugueteo de la banda, su complicidad con el público y una producción lumínica espectacular, pintan la noche de mil colores. Me encuentro en medio de este mar de sensaciones, apreciando el espectáculo, sumergiéndome en él, incluso cuando no me considero un fanático acérrimo de la banda.
A través de «Thin Thing» y «The Opposite», la banda mantiene la energía en un punto culminante, cada canción uniendo a los presentes en una sinfonía de emoción compartida. «Speech Bubbles» es un viaje surrealista, los miembros de la banda se sumergen en la música, una fusión de pasión y talento, donde los críticos que afirman «es una banda que solo la escuchan porque hay integrantes de Radiohead», se desvanecen en la insignificancia.
El setlist avanza, cada canción una nueva revelación, una nueva visión del arte y la creatividad que estos tres genios han construido. Los acordes de «A Hairdryer» y «Waving a White Flag» se entrelazan con el aire, viajando de oreja a oreja, de corazón a corazón, demostrando que The Smile es más que un proyecto secundario, es una entidad independiente, llena de vida y emoción.
Mientras los primeros compases de «Colours Fly» comienzan a vibrar, es difícil no quedar absorto en la belleza de lo que está sucediendo. A pesar de que muchos predijeron una asistencia más baja para este segundo show, el auditorio está a rebosar de espectadores. Cada rostro es un espejo de emoción, cada movimiento, una danza en honor a la música. Cada uno de nosotros se ha convertido, de una manera u otra, en un adepto de The Smile.
El setlist sigue adelante, cada canción una joya en sí misma, desde «We Don’t Know What Tomorrow Brings» hasta «Under Our Pillows». Cada uno, un recuerdo vívido que llevaré conmigo, y que los miles de presentes seguramente harán lo mismo.
Y luego, el encore. Después de una breve pausa, durante la cual el auditorio retoma su aliento, The Smile regresa al escenario. «Open the Floodgates» y «People on Balconies» son recibidos con ovaciones que hacen temblar los cimientos del lugar. La emoción alcanza su punto máximo cuando Thom Yorke interpreta «Feeling Pulled Apart by Horses», su propia canción. El aplauso es estruendoso, la euforia indescriptible. Y con «Bending Hectic», la noche llega a su fin. El auditorio se desvanece en aplausos y vítores, cada uno de nosotros marcado por la experiencia de esta noche.
Esta noche, en el Auditorio Nacional, The Smile ha brindado un espectáculo que ha superado las expectativas, que ha dado vida a la música y que ha unido a miles en un solo grito de pasión y admiración. No solo he salido de este concierto como un fan completo, sino también con la confirmación de que no hay nada mejor en esta vida que vivir la música en directo, especialmente cuando es interpretada por genios como estos. The Smile, sin duda, nos ha regalado una sonrisa que perdurará mucho después de que las luces se apaguen.