Ioannes Sdrech | Una emperatriz con constantes complicaciones de salud creaba incertidumbre en cuanto a la sucesión. Isabel de Rusia se había planteado desheredar a su sobrino, el gran duque Pedro, en favor del hijo de este y de la gran duquesa Catalina, Pablo Petrovich.
El canciller Bestushev apoyaba a la gran duquesa en detrimento del apático Pedro, creando una estrecha alianza con esta y manteniendo constante comunicación.
La compleja política de la corte rusa propició la caída en desgracia del viejo canciller. Su ocaso favorecía la ascensión del vice canciller Voronstov y sus aliados Iván Shuvalov, el embajador de Francia Marquis de l’Hopital, y su homólogo de Austria, conde Esterhazy.
Bestushev fue arrestado a mitad de una reunión convocada por la emperatriz, siendo los únicos delitos del estadista brillar con luz propia y no ceder ante las maniobras de los influyentes embajadores europeos. Así, Bestushev fue apartado de sus funciones, y sus títulos y condecoraciones le fueron retirados.
La gran duquesa Catalina se enteró de la comprometida situación del canciller por una nota procedente de Estanislao Poniatowski, y poco después se entrevistó con el príncipe Trubetskoi y con el mariscal Buturlin, ambos hombres designados por la emperatriz Isabel para encabezar la comisión que investigaría a Bestushev y otros detenidos. Tras estos encuentros Catalina tuvo claro que había más crímenes que criminales a los que perseguir. No había pruebas de delito alguno y esto otorgó tiempo a la joven para quemar toda la correspondencia que había mantenido con el desdichado político.
Catalina Alekseyevna había implorado a la emperatriz, por escrito y personalmente, que le permitiese regresar a su hogar en Alemania, puesto que en Rusia no veía un porvenir, rechazada por su esposo Pedro y confinada en su aposento. La emperatriz hacía énfasis en las faltas de su sobrino y enaltecía las virtudes de la gran duquesa, quien permanecería en Rusia al no encontrarse motivos de peso para su marcha y, más aún, no existir una justificación ante la opinión pública.
Ante la imposibilidad de partir, y renunciando a entregarse a modo de presa fácil a sus enemigos, encabezados por su cónyuge, Catalina recapacitó sobre su deber de rodearse de personajes influyentes y obtener el auxilio de un ejército. Así lo había desempeñado un hombre brillante siglos atrás, cuando en el Ática se libraba una lucha de poderes entre dos facciones antagonistas. Ese hombre se hizo de seguidores y apoyos, creando una tercera fuerza, después el astuto individuo desarrolló una artimaña tan simple como efectiva, se autolesionó e hirió a sus mulas, después se presentó ante el pueblo haciéndoles saber que había sido atacado por sus enemigos políticos y que requería amparo. Este hombre, de nombre Pisístrato, era bien considerado y con reputación militar, por lo que los atenienses respondieron favorablemente y le proporcionaron una guardia personal. Con la ayuda de dicha tropa Pisístrato capturó la Acrópolis y se hizo dueño de Atenas.
Para Catalina la aristocracia rusa sería equiparable a aquella clase emergente del Ática que respaldó a Pisístrato y las huestes rusas corresponderían a la guardia que se le entregó al tirano. Catalina había hecho contacto con los hermanos Orlov, miembros del ejército, además de establecer lazos importantes con diferentes facciones de la nobleza. La gran duquesa, autodidacta, se había cultivado durante sus largos periodos de aislamiento y había concebido sus propios apuntes sobre cómo debería ser dirigida su amada Rusia.
Isabel Petrovna fallecía y los partidarios de Catalina se encontraban listos para entronizarla, pero esta, prudente y encinta de cinco meses decidió esperar, lo que brindó oportunidad a que el gran duque Pedro se hiciera con el poder.
Pedro selló su destino al ganarse la enemistad del ejército, tras parar las acciones bélicas contra Prusia dentro del conflicto de la guerra de los siete años, regresando además los territorios conquistados. El imperio ruso renunciaba así a una clara victoria militar, dando la impresión de que el nuevo monarca se mofaba de los caídos.
Catalina había dado a luz y la impopularidad de Pedro propiciaron el estruendo. La maquinaria se puso en marcha la madrugada del 28 de junio de 1762 y la gran duquesa, como lo hizo Pisístrato, se encontraba preparada para hacerse con el poder por la fuerza, impulsada por la aristocracia y respaldada por las milicias. Los regimientos Izmailovsky y Semyonovsky juraron lealtad a Catalina como emperatriz de todas las Rusias, mientras que esta tomaba juramento poco después en la iglesia de Nuestra Señora de Kazán.
Pisístrato perdió el mando de Atenas, aunque lo recuperó al utilizar como estandarte a una mujer de alta estatura llamada Phye, propagando que se trataba de la Diosa Atenea que lo escoltaba de regreso a la polis. Por segunda ocasión el dominio de Atenas se desvanecía de las manos del tirano, pero lo recuperaría tras una campaña militar victoriosa. Catalina y Pisístrato se hicieron con el poder por la fuerza, y aunque sus circunstancias difieren, ambos desempeñaron una labor de gobierno extraordinaria, haciendo florecer a sus naciones y convirtiéndolas en grandes potencias.
Fuentes
ALEXANDER, John T. Catherine the great.Oxford University Press.
ROUNDING, Virginia. Catherine the great. Hutchinson.
The memoirs of Catherine the great. Modern library.
HERODOTUS. The histories. Penguin Classics. Revista101.com